A eso de las tres me quedé encerrada en el baño. Creí que el picaporte iba a ceder...pensé que en cualquier momento llegaría Fabiana y me abriría.
Cuando mi reloj -interno- decía que era la hora de comer lamenté horrores haber dejado la pera arriba de la mesa. La podía ver desde la cerradura del baño: un plato naranja a lunares, un cuchillo y una pera transpirada amarrilla verdosa.
Es difícil permanecer en el baño...para hacer no hay mucho. Me podría haber bañado es verdad, pero no lo hice.
La noche cerrada entró por el roto ventiluz y tuve miedo. No de la noche ni de la soledad...tenía miedo de lo que surgía de una mente encerrada en un baño.
La cortina de la ducha sirvió de manta y un par de shampoos envueltos en una toalla fueron la almohada. Una gota caía del lavamanos, insistente, severa como queriendo recordarme que el tiempo pasaba y yo seguía ahí.
Una chica ahogada en la bañadera no por el agua sino por un mar de shampoo. Esa fue la imagen del sueño que me hizo despertar sobresaltada. La tapa del frasco se había salido y el olor a campo de algodones invadía la cabeza.
Después me corté las uñas con un alicate, las junté del piso y las tiré en el inodoro. Mientras sonaba la cadena se hizo completamente de día y el miedo se transformó en desesperación.
Grité, en vano, y silbé también pero el mundo seguía entrando y saliendo del baño sin percatarse de que alguien estaba encerrado.
¿A quién le importo?- pensaba-...Y ¿Porqué no llega Fabiana? ¿Dónde está?¿Estará encerrada ella también en otro baño? Tan aburrida estaba que imaginé una revolución del Toilettes: dónde todos y cada uno de los sanitarios de la tierra encerraba a los usuarios para reclamar atención.
Y la noche de vuelta entrando por el ventiluz que nunca arreglamos. Se acercó despacio y tiró sobre el baño. No quise prender la luz, no quería ver lo que yo misma iba a hacer.
Un trapo y dos tapones me alcanzaron. Abrí seis canillas: las de la ducha, las del lavamanos y las del bidet. El agua empezó a subir y a revalsar.
Solo pude quedarme sentada en el piso agarrándome las rodillas con las manos...el agua no paraba de brotar y flotando encontré una uña.
Sentía el cuerpo como una burbuja que subiera a explotar a la superficie. Lloré y seguí llorando...ayudando al agua a taparlo todo.
Cuando mi reloj -interno- decía que era la hora de comer lamenté horrores haber dejado la pera arriba de la mesa. La podía ver desde la cerradura del baño: un plato naranja a lunares, un cuchillo y una pera transpirada amarrilla verdosa.
Es difícil permanecer en el baño...para hacer no hay mucho. Me podría haber bañado es verdad, pero no lo hice.
La noche cerrada entró por el roto ventiluz y tuve miedo. No de la noche ni de la soledad...tenía miedo de lo que surgía de una mente encerrada en un baño.
La cortina de la ducha sirvió de manta y un par de shampoos envueltos en una toalla fueron la almohada. Una gota caía del lavamanos, insistente, severa como queriendo recordarme que el tiempo pasaba y yo seguía ahí.
Una chica ahogada en la bañadera no por el agua sino por un mar de shampoo. Esa fue la imagen del sueño que me hizo despertar sobresaltada. La tapa del frasco se había salido y el olor a campo de algodones invadía la cabeza.
Después me corté las uñas con un alicate, las junté del piso y las tiré en el inodoro. Mientras sonaba la cadena se hizo completamente de día y el miedo se transformó en desesperación.
Grité, en vano, y silbé también pero el mundo seguía entrando y saliendo del baño sin percatarse de que alguien estaba encerrado.
¿A quién le importo?- pensaba-...Y ¿Porqué no llega Fabiana? ¿Dónde está?¿Estará encerrada ella también en otro baño? Tan aburrida estaba que imaginé una revolución del Toilettes: dónde todos y cada uno de los sanitarios de la tierra encerraba a los usuarios para reclamar atención.
Y la noche de vuelta entrando por el ventiluz que nunca arreglamos. Se acercó despacio y tiró sobre el baño. No quise prender la luz, no quería ver lo que yo misma iba a hacer.
Un trapo y dos tapones me alcanzaron. Abrí seis canillas: las de la ducha, las del lavamanos y las del bidet. El agua empezó a subir y a revalsar.
Solo pude quedarme sentada en el piso agarrándome las rodillas con las manos...el agua no paraba de brotar y flotando encontré una uña.
Sentía el cuerpo como una burbuja que subiera a explotar a la superficie. Lloré y seguí llorando...ayudando al agua a taparlo todo.