Yo había subido en diagonal 79 allá cerca de periodismo y estaba sumergida en Macondo. Pensaba que si recordar es volver a pasar por el corazón, releer debe ser volver a pasar por la cabeza. Pensaba que me gusta más cuando habla de amor que cuando habla de guerra...
Un señor con perfume esos de aqua no se qué se sentó al lado mío y como era muy grandote yo tuve que cerrar las piernas más que siempre.
Es que tengo un problema cuando viajo, los pies no pueden tocar el suelo. Lo que hago para evitarlo es trabar las rodillas con el asiento de adelante y quedar como estancada o trabada, con un hueco entre la espalda y el asiento.
No vi como, pero el 214 se empezó a vaciar y entonces ahí creo que por uno y cincuentaypico se sentó al lado mío un chico que yo tampoco vi. Digamos que no le vi la cara pero si le vi la campera roja.
Como yo estaba en mi posición de viajar-leer tenía las piernas contaminando su espacio de pasajero regular; y yo no se si fue el aire a azhares que salía del libro, las flores amarillas que se acumulaban en el piso o quizás la relación entre amaranta y josé arcadio, no sé que fue pero me empecé a poner muy nerviosa.
Se me empezó a llenar de humedad el cuello y la parte de abajo de piel donde tocaba la bufanda, y me empecé a incorporar para no tocar a esa campera roja. Leía y no leía, pero no podía dejar de leer, pero no me animaba a mirar a la cara al Aureliano que tenía al lado. Rogaba que se bajara antes que yo, este es de los que se bajan en la estación, es de los de la estación...
pero no se bajó ni ahí ni después.