martes, 25 de febrero de 2014

Geografía

El otro día me acordaba cuando mami me dejaba entrar con medias y bombacha a la bañadera.
No entiendo por qué esto era algo excepcional, debería haberme dejar hacerlo siempre...si total eso después se lava. Pero no me dejaba siempre y creo que eso le daba la magia.
Yo entraba primero con un pie y después con el otro. Eran medias azules supongamos. Ni bien se inmertían no se mojaban. Se quedaban secas abajo del agua hasta que de pronto plamf y ya empezaban a pesarme. Unas burbujitas mínimas salían de los dedos y se quedaban flotando cerca. Era como romper algo, ser alguien.
Lo de la bombacha lo sigo haciendo. Entrar a bañarme con la bombacha puesta. Sí.
Es que creo que quiero creer que voy a otra parte y de golpe me encontré abajo de la ducha. Como si me sorprendiera también el choque de agua.
Antes me bañaba y jugaba a la isla. 
Las partes de mi cuerpo que no estaban nada mojadas eran islas. Las contaba, las miraba bien y convivía con ellas hasta que las iba perdiendo en la inmensidad del mar. Hacía tanta fuerza que ya no eran blancas, sino marrones verdes y azules. Eran partes de mi que no eran yo, y cada vez que se iban al fondo yo también me iba un poco. Con ellas desaparecíamos.
Las tres islas principales eran las rodillas y ese espacio que está en el pecho entre las tetas.
Las rodillas, siempre se supo, son islas enemigas. Luchaban silenciosas guerras de inmersión a ver cual de las dos era la más débil, la más pesada o la más isla. El pecho, en cambio, era un punto final en el juego. Un país que -una vez conquistado por las orillas- se abría a ser comido y tragado por mareas hirviendo de agua y pis.