lunes, 29 de noviembre de 2010

Trama



El cielo y el infierno están aquí. Por ejemplo, el cielo consiste en contemplar cómo resbala el aceite virgen de oliva sobre el pimiento asado; el oler a hierba mojada después de una tormenta de mayo; en recordar aquella tarde de la adolescencia cuando por primera vez la mano temblorosa de una doncella se posó en tu sexo; en percibir el instante mágico en que la bola de la ruleta cae en el número que habías elegido para la última ficha de tu fortuna; en escuchar la mansa lluvia en el tejado mientras a la amorosa luz de la mesilla de noche lees a Holderlin; en un diluirse entre azules al pairo en un velero durante un día radiante del Sur, y con el mar en calma, desnudo en cubierta, no pensar en nada, sino en el propio sol; extasiarse ante la teta inmaculada de Simonetta Vespucci que pintó Antonello de Mesina bajo los suaves efectos del cáñamo; en comerse una sandía de agosto en la sombra de una parra del mediterráneo en compañía de amigos inteligentes, amables y divertidos.

Por el contrario, el infierno es el aliento fétido de ese desconocido que te sulfata el rostro con una conversación aburrida en un cóctel; pisar jeringuillas por los callejones de un barrio maldito en busca de aquel muchacho que quería ser libre y nunca será Rimbaud; la soledad de una habitación que da a un patio interior y desde allí saber que ella, a la que tanto amaste, ya no vendrá; sentir la incapacidad de refugiarse en un momento feliz de la infancia y que el perfume de pan caliente no te lleve al regazo de tu madre; el dolor siempre inútil de los inocentes cuyo sentido se ofrece a un Dios lejano; descubrir a una ramera embarazada que se vende a la baja en una esquina a la hora más alta de la madrugada y que un mendigo de amor se acerque a ella y le pida limosna; no encontrar respuesta nunca a las lágrimas; zamparse una cazuela de pájaros fritos antes de ir a una corrida de toros; el tedio de una pareja frente al televisor un atardecer de domingo. El cielo y el infierno están aquí. Forman una pequeña trama, casi infinita, que diariamente nos exalta y nos mata.


Manuel Vicent