martes, 1 de octubre de 2013

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Una de las chicas de amarillo tocaba el piano; a su lado cantaba una alta y pelirroja joven, perteneciente a un famoso coro. Había bebido cierta considerable cantidad de champaña, y en el curso del canto tomó la insensata decisión de pensar que todo era muy triste; ya no cantaba, lloraba. Saturaba sus pausas con entrecortados y jadeantes sollozos, y reemprendía el canto con temblorosa voz de soprano. Las lágrimas corrían por sus mejillas aunque no con plena libertad, pues al ponerse en contacto con sus embadurnadas pestañas, adquirían un negro color de tinta y proseguían su camino en lentos y negros riachuelos. Se le hizo la jocosa sugerencia de que cantase las notas que aparecían en su rostro; entonces, tendió las manos y se hundió en una silla, entregándose a un profundo y vinoso sueño.