viernes, 23 de septiembre de 2011

el vacío en cinco tiempos

1.
El té se enfrió y todo el azúcar estaba abajo. Odiaba que pase eso y también detestaba a la gente que dice “voy de”, sabiendo que se dice “a lo de”.

Esa tarde tenía tanto que hacer…pero nada era tan importante como para sentirse obligado a hacerlo. Le gustaba “hacer que hacía” cuando en realidad no hacía.

Su madre lo llamó al celular y le contó que se había roto el lavarropas, que al perro de Tita lo atropelló una moto y que- ahí la dejó de escuchar. Hacía seis años que vivía solo y había tomado la costumbre de escuchar las dos primeras cosas que le decía la mamá. El ritual se repetía incesante, a los diez minutos volvía a prestar atención; entonces interrumpía con un: vieja suena el timbre o un se me hierve el agua y solo a veces con un me llaman al otro teléfono.

Martín cortó, se sonó los dedos de las manos y se sintió vacío como si su relación con el mundo se hubiera ido con el ruidito que hicieron el índice y el mayor al juntarse y chocar.

 2.
Ruth caminaba y pensaba. Pensaba y paraba porque le pesaba tanto que no podía caminar. Era madrugada, y ella iba casi por el medio de la calle, le parecía que así el camino era más corto. El ruido de los tacos le hacía acordar, o mejor le hacía asociarse a esa mujer que nunca se sintió, a esa que va rasgando el Jean y haciendo TAC TAC TAC acentuando el tercer TAC con un movimiento de la cadera.

Ruth pensaba y cuando suspiraba largaba todo lo que podía. Hacía frío y se podía oler el aire y en el fondo la leña. Cuando la noche olía a leña se acordaba de su abuelo y el asado, de la pava llena de humo y de la casa del campo.

Caminaba – tac, tac, tac- y el vacío no se iba.  El vacío del shampoo, la mantequera sin manteca, la nada del sillón, el llanto que no estaba, la ceniza del sahumerio consumido al piso; la bola del desodorante que se secó y ya no rueda. Y el placard abierto, todo. Cajones y puertas, perchas y estantes, mezclados, absurdos, rotos, vacíos.

Afuera y en la nariz y en la pera y en las piernas hacía frío. Pero en el pecho sentía un calor que no era de ella, tres gotas bajaban hasta su ombligo y le molestaba. Pero seguía caminando.

3.
Ahora es de noche y Ana está sola, acostada boca arriba. No mira el techo, sí, sí tiene los ojos abiertos pero no mira el techo. No sabe cuanto tiempo esta así hasta que reaparece: reaparece lo bueno, lo que de día se justifica con reflexiones algo simples. Lo que de día se olvida entre las llaves, el laverap y la cola del banco.

Está ahí puede sentir sus pies más grandes que lo normal, las imágenes están entre ella y el techo. En el aire de arriba de la cama, ese aire que se calienta, sube y se apelmaza. Le molesta la sábana, se le enreda en todas partes y se sacude.

Cierra los ojos y se mueve casi con ira, apretando los dientes como puños. Cree irse un segundo de la habitación, pero no: de nuevo lo bueno. Eso que mientras hay luz se esconde detrás del horno sucio, en el trabajo, en la oficina de Amalia que le pidió hace meses ese favor.

4.
 Tocó el botón del ascensor y esperó, se miró los zapatos y como vio que el talco había encontrado espacio entre las medias y se había colado arriba en los cordones y el charol, se agachó y le pegó para que desapareciera.

Paf paf paf, y el talco ya no estaba. El ascensor llegó pero Julián seguía mirando sus zapatos negros.

Pensó en pegar y desaparecer, le gustaría hacerlo con Martina, con Britez y Cremonte, con Sandra, pero no con Lucas. Con Lucas no. No importaba que doliera.  Extrañaba su olor fresco de menta, como si su cuello comiera una pastilla y respirara para adentro en invierno. El ascensor bajó los 12 pisos y cuando frenó sintió como que una cuerda le tiraba de la panza y creyó que estaba vacío por dentro.

5.
Leyó que Marechal escribió “con el número dos nace la pena” y cerró el libro sin marcar la página. Se puso los pantalones que tenía en uso, le gustan así los pantalones: cuando no hay que esperar a que se amolden a las piernas. Se lavó los dientes y le salió sangre, pero se siguió lavando y cada vez más fuerte.

Salió del baño y fue a mirar por la ventana, la gente en la calle no miraba para arriba casi nunca. Ella sí.

Barrió, pasó el trapo y terminó de ordenar el primer cajón. Prendió la tele pero la apagó enseguida. Buscó un cd pero le parecieron que todos los había escuchado hace tan poco que no valía la pena repetir. Se miró las uñas y se comió las dos que tenía largas. Después hizo una lista, y la tachó. No tenía más sueño.

Se sentó en el sillón y cruzó las piernas, miró a la mesa y el libro. Con el número dos nace la pena pensó y dijo: Sí,  en voz alta, pero como estaba sola nadie le respondió.