viernes, 30 de marzo de 2007

súper armas que privaban su armonía.


Llovía en La Plata. Empezó como siempre: humedad, calor y gente malhumorada. Era una de esas superfluas tormentas torrenciales que todos - hasta Imanol- creímos una más. Pero no fue así. De noche mientras la ciudad dormía y solo los insomnes vagaban por las diagonales de ese domingo, algo pasó. Algo...cambió.

Las gotas ya no eran claras, ni de calma, ni de agua. Imanol no sin sorpresa advirtió que del cielo caían ahora paraguas. Rojos, violetas, negros de señor, con patitos y esos cuadrille que se rompen enseguida. Se frotó los ojos, pero nada pasó. Paraguas por doquier y sin razón.

Imanol lo asumió y como si nada se fue a dormir, tranquilo pero con un sonido raro, como de utensillos portátiles que sirven solo para resguardarse de la lluvia.

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