TE O.NÍRICO
Siempre soñaba lo mismo, el y yo juntos. Dependía de nuestros días el paisaje y el ambiente donde nos movíamos.
Eran desiertos mis noches, si Teo y yo discutíamos.
Todo quedaba sin espacio, sin matices, sin nada más que la tristeza del hombre perdido. Solo. Arena.
Si la pelea parecía irreversible, mis sueños eran lugares negros, todos pintados de palabras negras también: NUNCA, NINGUNO, BASTA, SE ACABÓ.
Pero siempre soñaba lo mismo. Teo y yo. Su mano sobre mis noches.
Cuando el día con el era exquisito, mis fantasías nocturnas eran mares de colores, más que inmensos. Eran mares eternos, sin principios ni tormentas. Esos sueños me llenaban la panza de saltos. De pochochos rojos y amarillos cálidos.
Si no lo veía por mucho tiempo, nos soñaba en la selva. La espesura, las ramas y el aire nos impedían vernos, pero estábamos ahí. JUNTOS. En el laberinto de árboles desequilibrados.
Con Teo las horas nunca jamás eran iguales. Los caminos del día se tejían con telar de sueño en mis noches. Se cargaban de poesía, paisajes y formas. Eran dos días en uno, dos vidas superpuestas que no se molestaban nunca. Pero se conocían.
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