Una vez, en vacaciones de invierno, viajamos con mis viejos y mi hermano a Mar del Plata. Yo tendría diez años y Lautaro 5, algo así. No me acuerdo mucho de esas vacaciones, es más dudo que no haya sido en Villa Gessel o Gesell o como quieras. Sé que hizo frío, y que salíamos a comer por ahí, digamos que lo de siempre. Pero hay algo que nunca me pude sacar de la cabeza.
Una noche después o antes de ir a comer mis viejos nos llevaron a Sacoa. Con Lau estabamos emocionadísimos y me acuerdo que nos compraron una tarjeta a cada uno y nos pusieron plata para que juguemos a lo que queríamos.
El primer juego que elegí era de ese que tenés que pegarle a unas cucarachas y que van sacando la cabeza, o todo el cuerpo, y vos tenés que darle con la mano y te ponés nervioso y después te duele la mano. Bueno, ese. La cosa es que cuando estaba empezando a jugar llegaron dos hermanos, una chica y un chico tendrían uno o dos años más que yo y me preguntaron si podían jugar conmigo. Yo les dije que sí y jugamos los tres.
Cuando las cucarachas ya no salieron más la maquinita vomitó unos cuponsitos naranjas, vos los cambiabas después por cosas, yo quería siempre un rompecabezas pero me alcanzaba o para gomitas o yumi.
Agarré la tirita naranja y fuimos con mi hermano y la pareja amiga a jugar al de lanzar la pelota de basquet. Tirabamos una vez cada uno y nos reíamos, la pasamos re bien. Mi hermano se divertía aunque nunca embocaba y yo me divertía también y tampoco embocaba, el chico era bastante bueno, la nena no se.
Jugamos a más cosas que no me acuerdo hasta que la plata de las dos tarjetas se acabó y yo conté los cuponcitos para ir a comprobar que no me alcanzaba para el rompecabezas. En un momento me acerqué a la chica y le pregunté porqué ella no tenía cuponcitos.
- Es que nosotros jugamos por divertirnos y por jugar, no por los cuponcitos- me contestó.
Me mató. Me nubló la cabeza de diez años, de nena caprichosa de que se yo. Primero pensé que me había usado, que habíamos sido amigas todo el día pero había usado mi tarjeta. La odié quería que se fuera ya. Después me dio envidia, me dio tanta envidia de que la tuviera tan clara, tanta envidia me agarró que nunca le conté esto a nadie.
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