martes, 27 de agosto de 2013

cromáticos


Le digo a Cristian que no piense en que el problema es de él.
Le digo: - Cristián creo que vos sos un durazno y yo una naranja, somos los dos de color naranja pero no podemos ir juntos en un postre.
Me siento mal por decírselo pero es lo que pienso. 
Él ni me responde, creo que piensa que lo estoy jodiendo porque es daltónico.
Cristián baja la cabeza y sigue sin responderme nada. Se mira las manos y las da vuelta y se las mira del otro lado.
Yo lo imito. Mis manos están pegoteadas porque estuve comiendo mandarina.
El olor de mis manos se siente en toda la habitación. No se huele, se siente. 
Pienso que el amor es como el olor a mandarina, si lo tenés no lo podés disimular. 
No se lo digo a Cristian, sólo por respeto porque creo que es una de mis mejores ideas en este último tiempo. 
Me da algo de lástima él, parado ahí mirandose las manos, que seguro le huelen a alcohol en gel. Desde el día uno odié dos cosas de Cristían: la primera el nombre de Cristian, tan parecido a Cristo, tan con C y la segunda su olor a alcohol en gel.
Él creo que empieza a llorar, no se bien porque no lo miro fijo. Ya no quiero mirarlo fijo. Me lo imagino medio ladeado para la izquierda, como formando una C con su cuerpo. Las manos pegadas a la cintura y todo él armando una perfecta C. Una C de Cristian. Lo imagino achicándose y volviéndose color durazno. Es una C color durazno, como cuando abrís la lata y ahí están todas las C todas del mismo color y bailando en ese juguito. 
Yo estoy afuera, probablemente en un árbol o arriba de la mesada y me da, de lleno en la cara, todo el sol que no entra en la lata.


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