Mi suegra me odiaba. No, no…no era un mambo mío, ni el típico cliché que te hace un poco la vida imposible. Esta mujer era una bruja, y estaba decidida a hacerme sufrir.
Cada vez que me veía me decía “little prat”, me había hecho creer que era una forma de decir nuera, pero no tarde en enterarme que “prat” en inglés significa “pendeja maleducada”.
Obviamente, como siempre pasa en estos casos adelante del hijo era una suegra ejemplar, divina, por eso mi novio nunca creía lo que yo le contaba de la bruja de su madre.
Era una señora alta, gigante, a veces creo que su maldad la hacía parecer aún más enorme. Tenía el pelo duro, largo hasta la cintura y tan negro que parecía azul. Mi abuela decía: “Pelo d’india tiene ésta”.
El primer día que fui a cenar a su casa fue la batalla más difícil. A pedido mío habían cocinado bife con puré, y mi amada suegra había deslizado un “vulgar hasta en la comida”. Era un hermoso viernes de verano, una de esas noches que está ideal para comer con amigos en el balcón, y no para soportar a una arpía.
La comida comenzó bien, tranquila, demasiado tranquila, pero entre el segundo y el tercer viaje del tenedor a mi boca se desató el desastre.
Cuando el puré terminó de desintegrarse pude sentir como uno de esos pelos, -el más repulsivo, largo y asqueroso de todos- bailaba arriba de mi lengua.
Inmediatamente la miré, ella me sonreía con cinismo. Estaba segura: lo había hecho apropósito. El pelo era áspero, hosco, desagradable. Se movía dentro de mi boca rozando mis dientes y mi campanilla, me daba arcadas. Intenté morderlo y cortarlo, pero era imposible: Tenía un alambre negro y cortante adentro mío.
Conté mis posibilidades de salvación y eran demasiado pocas. No tenía agua y el baño estaba ocupado. Cerré los ojos por un momento y me di cuenta que lo único que podía hacer con el pelo, era tragarlo.
Era demasiado difícil, el pelo se subía a mi encía, caía por la lengua y se escabullía por atrás de las muelas. Estaba en todos lados. Pero yo no tenía otra salida, hacer un escándalo significaba que ella ganara, y no quería ver su cara de felicidad maligna brillante de victoria.
Junté saliva, junté mucha saliva y empecé a tragar. El pelo bajaba pegándose a mi garganta, despacio, llenándome del veneno de la bruja. Era eterno. A la mitad del recorrido, empezaron a caerme lágrimas de furia, era demasiado insoportable.
Me paré y decidí que no podía soportarlo más, como un mago saca de su boca banderitas yo empecé a tirar del pelo. Tiré y tiré y raspó toda mi garganta y mi boca. Cuando terminé más de un metro de pelo quedó arriba de la mesa.
Nunca más volví a la casa de mi novio.
Y él tampoco.
....
cualquier similitud con la coincidencia es pura realidad.
1 comentario:
Mujer, seguí escribiendo siempre...
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